En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Con el agua al cuello – Petros Márkaris




            Petros Márkaris está de moda desde hace no mucho a consecuencia, fundamentalmente, de su “trilogía de la crisis”. Tres novelas del comisario Kostas Jaritos que tienen como marco la crisis griega. Con el agua al cuello es la primera de las tres, publicada en 2010. Liquidación final es de 2011 y Pan, educación, libertad de 2013 (estas dos todavía no las he leído). Tres novelas en cuatro años. Lo subrayo porque el personaje nació en 1995 con Noticias de la noche,  y hasta 2008 solo acumuló seis títulos que, en realidad, son cinco, porque Balkan Blues es un conjunto de relatos donde la presencia de Jaritos es testimonial en un par de ellos e inexistente en el resto.
            En 2010, momento en que sitúa la novela, los problemas de Grecia no han hecho más que comenzar: el denominado “rescate” ha implicado medidas duras para la población, impuestas directa o indirectamente por “la Troika”, como reducción de salarios públicos o la prolongación de la edad de jubilación; quizá por el entorno en que se mueve Jaritos se hace más hincapié en la situación de los empleados públicos y su entorno, dejando un poco de lado la situación del sector privado. Pero también refleja la situación de irrealidad en la que vive la mayoría de la ciudadanía, aunque seguramente esto me llama la atención a mí más que a otros lectores  por una cuestión de “deformación académica”, porque si hay algo clave para intentar comprender el funcionamiento de la economía es la alegría con la que se toman las decisiones individuales sin pensar jamás en sus consecuencias colectivas -a pesar de que esas consecuencias, antes o después, se vuelven contra el individuo, y ya tenemos experiencia para saberlo-, y cómo se sobrevalora el corto plazo respecto al largo plazo.
            La novela comienza cuando un ex banquero aparece decapitado en el jardín de su casa. El asunto, lo bastante espectacular como para captar de inmediato la atención del lector, parece un asesinato común, pero puede ser también un atentado terrorista y como Grecia parece estar rindiendo pleitesía a Europa, esta última hipótesis permite hacer la pelota entre bastidores a los “aliados” europeos, siempre preocupados por el terrorismo; es decir, si fuera un atentado terrorista, Grecia, capturando a los responsables, tendría ocasión de demostrar que es un país eficaz y de fiar. De esta forma Jaritos, secundado por su jefe, Guikas, además de hacer frente a la investigación debe sortear también a unos responsables antiterroristas griegos -comandados por el director de la Policía-, demasiado ineptos como para no ver en esta incompetencia un recurso facilón para obviar el obstáculo que unos personajes más realistas hubieran supuesto.
            Como en tantas novelas de este género, y como otras de Márkaris, pronto nos encontramos con un asesino en serie, lo cual da dos facilidades al escritor: le permite mantener la tensión, pues a cada página puede ocurrir algo, y cada nueva actuación viene a aportar una pista, de forma que no hace falta investigar ni pensar demasiado, porque las cosas vienen solas. Es una fórmula eficaz, aunque escasamente imaginativa. Más imaginativo es, aunque desde luego bastante irreal, el móvil de los crímenes, el criminal y su modus operandi, pero tampoco es algo infrecuente en Márkaris, al igual que las desmedidas reacciones de ciertos sectores; si ya se producía algo así, creo recordar, en El accionista mayoritario, la reacción de la banca ante la aparición de pegatinas y cartelitos es tan desmesurada que, por desgracia, pone cierta distancia entre la historia y el lector. Si es una pena o no que un personaje tan real como Kostas Jaritos se vea envuelto en asuntos tan irreales, que o juzgue cada cual.
            Quizá lo más “de moda” de la novela, lo que le ha dado una fama superior a lo que la parte policiaca justifica, es que la víctimas forman parte del sistema financiero, al que la población –y no se sabe si el autor- responsabiliza de la crisis. Juega Márkaris con el viento a favor, porque la necesidad del ser humano de eludir su propia responsabilidad ha venido a echar toda la culpa de la situación a los bancos, solución cómoda y que más o menos todo el mundo da ya por buena a fuerza de repetición, pero irreal, porque los bancos,  con todos sus abusos, no han sido una isla, y su irresponsabilidad solo ha sido posible en un mundo donde a menudo se han confundido previsiones con deseos -lo cual también es bastante irresponsable-, y donde lo que se quiere se ha confundido frecuentemente  con lo que se puede. En estas condiciones el tortazo es siempre cuestión de tiempo. Los personajes de Márkaris responden a este perfil. Todos se preocupan por lo que pierden, pero ninguno se pregunta con realismo cómo es posible solucionarlo. Y a falta de una solución, eligen un culpable. Por eso caen en la fácil demagogia de “a los bancos se les salva con dinero público y a las personas se las abandona a su suerte”, cuando en realidad nada habría más catastrófico para la sociedad que la caída del sistema financiero; todos los personajes de esta novela hablan como si la quiebra de los bancos afectara a los bolsillos de sus accionistas o al de sus ejecutivos, y no al de los millones de pequeños depositantes, a cualquiera que tuviera una cuenta corriente, que siempre serían los más afectados por la quiebra. Cierto es que muchos banqueros han abusado amparados en la importancia de su actividad (sabedores de que no se puede dejar caer un sistema financiero) pero los personajes de la novela no entran ahí, no llegan a tanto; se limitan a identificar bancos y banqueros, como si fueran la misma cosa,  como si para echar al capitán hubiera que permitir el hundimiento del barco, sin darse cuenta de que ellos también navegan en él; se limitan a reflejar ese extendido sentir y la consiguiente sensación de injusticia, amén de la angustia por lo incierto del futuro. La idea ha calado en ellos porque es simple, aunque la realidad sea mucho más compleja, y por tanto la idea es peligrosa, porque como en base a ella no puede resolverse nada; darle vueltas y más vueltas solo puede llevar a la exasperación. De ahí que en las páginas del libro se adivine ya el círculo vicioso. El mérito de esta novela es recoger ese sentir, que no preludia nada bueno.
            Y de esta idea viene lo más llamativo: que el lector, como algunos de los personajes temen que ocurra, por una vez no se siente demasiado alejado del presunto sentir de los criminales (no de sus acciones, claro). Aunque el final... Ya he apuntado que es un salto mortal donde, como en otras novelas del autor, los motivos personales llevados al extremo original un cuadro “de novela”, que no de realidad.
            Por lo demás, el bueno de Kostas Jaritos sigue informándonos de sus vicisitudes familiares (una familia a la que la crisis ha vapuleado más el espíritu que el día a día) y lleva la investigación dando palos de ciego, de tal forma que casi todo el libro es una crónica, y solo al final la solución a la intriga coge un rumbo, el rumbo, para desembocar rápidamente en el desenlace, algo peliculero. Si las novelas de Jaritos tienen tanto de policíacas como de costumbristas, el costumbrismo en esta ocasión gana claramente la partida.
            Una novela interesante pero no tanto porque analice con mucho o poco rigor las causas de la crisis, como por la forma en que refleja el sentir que la crisis ha causado. Al no entrar directamente en su valoración –a pesar de la recurrente idea de que los griegos llevan años viviendo a crédito-, Márkaris parece considerar justificado ese sentimiento, a pesar de que ninguna crisis se ha solucionado nunca a través de un chivo expiatorio.


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